Al empezar a ser consciente de mi vida, me imaginaba como si existiera en una línea de producción. Veía a las personas como si hubieran sido hechas en serie: todas iguales, con la misma forma de pensar, el mismo estilo de vida, la misma alimentación y maneras de actuar. Esa era mi percepción de los seres humanos que veía.
En mis primeros años, no sabía nada sobre el planeta, las plantas, la energía, el agua ni sobre todo lo que nos rodea a las personas.
Recuerdo claramente un momento en el que me miré al espejo y observé mis ojos con admiración, como si fueran un aparato perfecto, me parecían una obra detallada y delicada, algo que cualquier cosa podría dañar pero que, al mismo tiempo, era fundamental para mi experiencia. En mi inocencia, me preguntaba cómo funcionaban y qué los hacía tan especiales.
Algo similar me ocurrió con la piel. Un día, mientras lavaba un vaso de vidrio, me corté el dedo pulgar. La herida no dejaba de sangrar, y al ponerla bajo el agua, vi cómo el agua se teñía de rojo. Me sorprendió cómo algo tan simple podía lastimarme y crear una herida tan grande y profunda. Al ver el interior de mi piel, me volví a maravillar por la complejidad de nuestro cuerpo.
Esa herida me dejó una cicatriz en el dedo pulgar de la mano derecha, que aún conservo hasta hoy.
Ahora, a mis 43 años, me doy cuenta de cómo las cosas que nos suceden a lo largo de la vida nos dejan cicatrices que a veces no se borran con el paso del tiempo.
Esta cicatriz en mi mano me acompaña desde que tenía 8 años. Así también, cada experiencia, palabra o golpe que recibimos puede dejarnos marcas no solo en el cuerpo, sino también en la mente y en nuestra energía.
Recordamos esas experiencias, al igual que yo recuerdo ese accidente como si fuera ayer.
Las palabras y los momentos dolorosos, aunque no siempre intencionados, pueden dejarnos huellas profundas en el alma y en el corazón.
Estas experiencias me recuerdan lo analítica y simple que era desde pequeña.
Veía las cosas de manera sencilla y leía a las personas sin entender que también teníamos energía.
Ahora puedo imaginarme comunicándome con esa niña y diciéndole: "Además de esos ojos y esa piel, tienes una energía y una electricidad en tu cuerpo".
Estas vivencias me llevaron a reflexionar sobre lo grandes y, al mismo tiempo, lo simples que somos.
Así comencé a cuestionarme y a desarrollar mi conciencia. Estas observaciones no me fueron enseñadas ni explicadas; nacieron de mí de forma natural. Con el tiempo, entendí lo que significa tener una curiosidad nata y cómo esa curiosidad nos lleva a analizar, cuestionar y crecer.
Con analogías simples como estas, comienza este libro llamado Mágicamente.
Será una guía clara y práctica, diseñada para uso inmediato. Te invito a subrayar, tomar notas y, sobre todo, cuestionar todo lo que tienes en mente. Este proceso no es mágico; requiere tu participación para que funcione. Si este libro te lleva a cuestionarte cosas nuevas, anótalas y guárdalas para crear tu propia hoja de análisis personal.
Prepárate para un viaje interesante hacia tu interior. ¡Te deseo una excelente travesía!
Fracción de mi libro “Mágicamente”
by Belén Leal
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